Ha pasado casi una semana desde que tu maleta cerró los dientes y partió contigo de regreso. Bien dice tu amiga que luego de un viaje debemos esperar a que todo aterrice y que no llegamos enteros: primero los pies, luego el equipaje, dos días después el sueño y al final el corazón. La mente - a mí me pasa- tarda un par de semanas porque despierto, recuerdo e imagino lo que podría estar pasando.
Aunque yo no partí a ningún lado (sólo a la rutina) creo que tú y yo realizamos en tierra un viaje a nuestro pasado, al futuro incierto de los planes, al análisis de los humanos que tenemos por padres pero, en lo personal, me parece que este viaje de 6 semanas me acercó más a ti, a ese mundo que leo detenidamente a través de emails y que comparto con la mente todos los días.
No ha sido fácil asimilar tu ausencia. Quizá es algo a lo que jamás lograré acostumbrarme pero por primera vez tus espacios en la casa no me desgarran por dentro y no me hacen sentir perdida. Bien recuerdo el camino de regreso cuando te dejamos en Puebla... me senté en la parte trasera de la camioneta y lloré en silencio cerca de dos horas. No entendí tu afán de ser independiente pero tampoco pedí explicaciones; callé el dolor y me esforcé por guardar la melancolía para otro día. Y ese día llegó cuando la vida nos dio un giro y los kilómetros se estiraron hasta donde estás ahora. Tus visitas esporádicas me recordaban ese viaje por carretera pero mi cobardía por no enfrentarte se quedaba en casa al momento de ir al aeropuerto. No podía soportar el abrazo indiferente ni seguir atorando más palabras en la garganta.
No pude conmigo ni podía vernos en casa colocar cuatro platos –por costumbre- en vez de tres. Ninguno de los tres hablaba cuando te ibas y dejábamos que la rutina nos consumiera hasta que llegara la noticia de tu siguiente visita meses después.
Así pasaron uno, dos, tres... siete años. Me cansé de esperar y entonces preparé tu llegada secreta en noviembre.
(to be continued)
No ha sido fácil asimilar tu ausencia. Quizá es algo a lo que jamás lograré acostumbrarme pero por primera vez tus espacios en la casa no me desgarran por dentro y no me hacen sentir perdida. Bien recuerdo el camino de regreso cuando te dejamos en Puebla... me senté en la parte trasera de la camioneta y lloré en silencio cerca de dos horas. No entendí tu afán de ser independiente pero tampoco pedí explicaciones; callé el dolor y me esforcé por guardar la melancolía para otro día. Y ese día llegó cuando la vida nos dio un giro y los kilómetros se estiraron hasta donde estás ahora. Tus visitas esporádicas me recordaban ese viaje por carretera pero mi cobardía por no enfrentarte se quedaba en casa al momento de ir al aeropuerto. No podía soportar el abrazo indiferente ni seguir atorando más palabras en la garganta.
No pude conmigo ni podía vernos en casa colocar cuatro platos –por costumbre- en vez de tres. Ninguno de los tres hablaba cuando te ibas y dejábamos que la rutina nos consumiera hasta que llegara la noticia de tu siguiente visita meses después.
Así pasaron uno, dos, tres... siete años. Me cansé de esperar y entonces preparé tu llegada secreta en noviembre.
(to be continued)
2 comments:
bueno, a esperar el desenlace!!
llegada secreta?? estoy en ascuas
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