Las tardes lluviosas y el sol de verano dejan a su paso la puerta de mis emociones entreabierta. Al cabo de unos días, Agosto estira sus brazos y se dedica a observarme desde la pared donde penden los días: mis años.
Los motivos del silencio que embriaga mi compañía son mera reacción del autoanálisis que suelo hacer cada doce meses, a pocos días para cerrar y retomar fuerzas para iniciar el siguiente ciclo que marca mi historia con un año más.
Los deseos que pedí en el dosmilsiete antes de soplar las velitas de mi pastel fueron dos: amor y paciencia. En ese entonces yo estaba recién graduada de la universidad y bajo la adrenalina que produce el cansancio crónico, fue tardado el proceso para darme cuenta de lo alejada que estaba de mi propia vida. Recuerdo ya sin dolor el pánico de sentir que nada me pertenecía y que mis planes personales estaban perdidos u olvidados en el cajón de los pendientes. Entre conversaciones triviales con varias amigas, una de ellas me tomó de la mano y me preguntó “¿qué necesitas? Hace tiempo que no eres tú” No respondí sino al cabo de dos días cuando le llamé a mi terapeuta y, ya en sesión, pedí ayuda. Yo necesitaba reencontrarme.
A finales de octubre hice un viaje con mi familia. El otoño nos recibió con nieve y el olor a frío húmedo de las montañas. Tuve oportunidad de regresar a la casa donde viví siete años atrás y el privilegio de tocar el recuerdo de la persona que fui entonces. Durante el viaje resucitó la intensidad de mi vida y empecé a mudar de hojas al mismo tiempo que la introspección me llenaba las manos de palabras.
Las promesas personales surgidas del viaje tomaron cada vez más fuerza y gran parte se la debo al invaluable apoyo de
mi hermana. En un arranque de emociones tomó sus cosas, subió al avión y estuvo en casa casi dos meses. Me hizo bien tener alguien con quien hablar por las noches antes de dormir e incluso compartir la misma cama como cuando éramos niñas. La vida de mi hermana y la mía es diferente en todos sentidos, pero los ocho años de vivir a distancia se deshacen apenas nos encontramos con los ojos.
Mi proceso interior cada vez mejoraba, pero la situación laboral empezó a ahorcarme. A pesar de buenos resultados y compromiso con la empresa, el aumento de sueldo se alejaba más de la realidad. Envié currículos a cientos de lugares antes de terminar el año con la esperanza de recibir las primeras oportunidades de entrevista apenas terminaran las fiestas decembrinas. Por alguna razón el teléfono no sonó durante varias semanas y empecé a desesperarme. Tuve ganas de abandonar todo, tuve ganas de no ser responsable y conformista porque mis esfuerzos por ser lo contrario se topaban con la pared del silencio o negativas.
Una tarde de confesiones con
una mujer muy sabia dejaron la semilla de una propuesta aparentemente descabellada: abrir un blog. Confieso que dudé varios días en ‘entrarle’, pero no abandoné la idea ya que podía ser una manera alternativa de expresarme. Así fue como
Ceteris Paribus llegó al mundo con la timidez que jamás me ha caracterizado, pero con la verdadera intención de quitarme las capas de piel y hacerme de un espacio… el primero de muchos.