Riego mi ‘pata de elefante’ y la pongo a la orilla de mi ventana. Nos encantan los baños del fin de semana porque mientras ella estira sus largas hojas y abraza el calor del sol, yo entro en el baño y me envuelvo en la tranquilidad de mi compañía.
Inicio mi rutina recogiéndome el cabello y quitándome la pijama. Saco del mueble la canasta de bálsamos. Hay botes, botecitos, frascos, cremas y mascarillas. El tubito azul es el primero: 15-minute facial. Aprovecho ese tiempo para seleccionar el menú corporal del día, cuelgo dos toallas blancas cerca de la regadera y luego me siento sobre la tapa del W.C.
Cruzo la pierna derecha sobre la izquierda; una vez más confirmo que usar tacones todos los días trae rasposas consecuencias, pero no puedo usar otros zapatos para trabajar, no me siento arreglada. Raspo todas las callosidades con una lija suave y luego con una más rugosa. Reviso mis dedos y limpio mis uñitas, de la más grande a la más chica. Repito el mismo proceso con el pie izquierdo.
Me levanto y reviso frente al espejo el estado de la mascarilla. Calculo que faltan cinco minutos así que regreso a mi asiento y saco de la canastita el mint-foot-scrub. Queda muy poco producto, apenas para hoy. Con mi dedo índice hago una división a la mitad del bote para hacer cálculos de la repartición. Se me haría una falta de consideración que el pie derecho le quite al izquierdo un poco del “minty pleasure”. Masajeo con ambas manos cada pie y cierro los ojos por disfrute personal. Estiro mis deditos y río conmigo porque truenan las falanges. Abro los ojos, acerco el tapete con la punta del pie y lo acomodo frente al lavamanos. Me acerco al espejo, la mascarilla ha cumplido su misión. Aprieto los ojos y me echo agua a la cara; la sensación de limpieza es evidente no sólo por el olor agradable del producto sino por la forma en que respiran mis poros. A tientas agarro la toalla que está atrás de mí y me la llevo a la cara: ¡Aaaahhhhhh!
Echo un vistazo a la modelo de cuerpo renacentista frente al espejo. Recuerdo que antes evitaba mirarme. Los reflejos no siempre son lo más alentador, lo sé. Sin embargo, he descubierto el enorme placer que es aceptarme y quererme como soy. Viajo al pasado y pienso en ellos. Regreso al presente y deseo un él, un mío, un nosotros...
Decido continuar el pensamiento bajo el agua de la regadera. Me lavo el cabello con hair repair shampoo (pienso en mi hermana y las carcajadas cuando jugábamos a hacernos peinados con el cabello enjabonado) Mis pies se juntan y los diez dedos inquietos se saludan entre sí; quizá el izquierdo le agradece al derecho no haber utilizado más exfoliante. Tal vez. Me enjuago la cabeza y cierro la llave de la regadera. Sacudo la cabeza de un lado a otro, me encanta cómo se estrella el agua contra las paredes de mi escondite preferido.
Destapo el bote blanco de 500ml e inicia el tratamiento para el cabello. Dice la etiqueta que debo aplicarlo y dejar que pasen 10-15mins “para mejores resultados”. Me pregunto si la gente mediocre deja actuar la fórmula sólo ocho minutos “para no tan buenos pero cómodos resultados”. Whatever. Me agarro el cabello con una pinza negra y estoy lista para mi siguiente paso: rasurarme las piernas.
Tengo poco vello, apenas se nota, pero no me gusta cómo se siente la piel así. Unto crema en ambas piernas. Parece que traigo unas medias blancas de merengue. Levanto mi pierna derecha y la recargo contra la pared... paso el rastrillo del tobillo hasta la rodilla. Repito lo mismo hasta darle la vuelta a la pierna en sentido contrario a las manecillas del reloj. Enjuago el rastrillo en una cubetita blanca con agua tibia. Continúo rasurando la pierna izquierda de la misma manera. Me da mucho calor ahí dentro. Abro la puerta de la regadera y me recargo en el marco mientras escapa el vapor. Cierro los ojos y viajo.
Un aire helado me despierta del sueño. Sé que es tiempo de exfoliarme.