October 5, 2009

Mi manita


Hace un año estaba recién salida del quirófano. Mi mano derecha, aún desconchabadita, trataba de entender qué cosa le dolía más: la herida o el hacer. Pasé todo el mes en rehabilitación, haciendo bolitas de plastilina y recuperando de a poquito el movimiento habitual. Ayer que pasé la tarde con mi mamá recordamos la pena que me daba cuando me ayudaba a bañar y cómo luego me las tuve que apañar para peinarme o quitarme el bra. Se pasó volando el año y también el dolor, la molestia.
Al final de todo esto descubro que me quedé con dos manos derechas: la física y la emocional. No tengo mejor aliado ni mejor compañía como mi sombra. Estoy empezando un nuevo proyecto laboral y profesional lleno de retos en varios sentidos. En primer lugar, un negocio nunca antes explorado; el segundo -y más cabròn- la paradójica (o parajódica) libertad de no tener jefe detrás mío. Soy independiente en términos de tiempo y de generación económica, pero al mismo tiempo soy presa de mi exigencia para aquellos objetivos que deseo cumplir. Empiezo este mes de octubre y el último trimestre del año organizando mi lugar de trabajo (le digo home office para que suene más pro), acomodando el escritorio y regalándome un sitio inspirador para todo aquello que venga después. Sé que debo ejercitar el músculo de la paciencia mientras me adapto al nuevo ritmo y que -de inicio- me daré uno que otro tropezón. Sin embargo, tengo bien puesta la mano derecha (la física y la emocional) así que nada, absolutamente nada, puede salir mal.