July 31, 2009

Bibija y yo

Sé que los objetos son sólo eso: objetos.
Sin embargo, con el paso del tiempo hay objetos cuyas formas, colores y esencia se apegan tanto a nuestro carácter que resulta difícil no generar sentimientos hacia ellos y cuando llega la hora de hacer limpieza es inevitable el sentimiento de melancolía. Las cosas van y vienen, la materia no se de crea ni se destruye, pero el hecho de catalogar esas cositas u objetos como basura o deshecho es terrible. Tal vez por eso odiaba cuando mi mamá nos entretenía cada verano revisando nuestro clóset con el fin de hacer espacio y deshacernos de ropa que ya no nos quedara. Me acuerdo perfecto que sentía muy feo meter suéteres o blusas en bolsas sabiendo que ya no entrarían más en mi clóset, que ya no me acompañarían a la escuela o de vacaciones. Este apego a las cosas tuvo su clímax con la Bibija. Cuando nací mi abuelita me regaló una cobija tejida a mano y desde ese día no la solté (literal). La guardaba debajo de mi almohada, cuando llegaba la hora de dormir la hacía bolita y me dormía con ella entre los brazos; nos íbamos de vacaciones si éstas duraban más de cuatro días y bajo esta dinámica pasaron largas primaveras, veranos y años. La Bibija se convirtió en integrante de la familia y fue objeto de burla, bromas (la escondían para ver qué hacía sin ella) y risas pues el estambre empezó a sentir los estragos del tiempo. Empezó a perder hilos, al tender la cama encontraba en pedacitos de ella y para no tirarlos se los regalaba a mi mamá... Hice todo por conservarla; me resistí a perderla de todas las maneras posibles hasta que se me ocurrió contarle a mi terapeuta (a los 23 años) la maravillosa historia de la honorable Bibija. Sobra decir que de la Bibija salieron varios trapitos al sol y eventualmente dejé de buscarla debajo de mi almohada. No fue tan sencillo, me tomé el tiempo necesario para desprenderme y como no sabía donde guardarla ni tenía a quién heredarla, la dejé en una cajita de cartón.
Cuando hice la mudanza a mi hogar no supe qué hacer con ella: dejarla en casa de mis papás donde crecí o llevarla conmigo. La dejé en su cajita, en el clóset, junto con otras cosas.
Recientemente estuve en casa de mis papás haciendo limpieza de esas cosas que dejé atrás. Encontré cassettes, libros de la universidad, apuntes, cuadernos con mis primeros textos (nada malos, por cierto) y la Bibija. La abracé, la olí, me enjugué las lágrimas con ella. Es mi objeto favorito, parte de la historia que traigo bajo el brazo. La traje conmigo a casa y le hice un huequito en el clóset.
Ella entra y yo salgo.

July 15, 2009

Agarra la quinta de la ciento sesenta y uno

Me agarraron en curva y con tres libros a la mano.
He aquí los resultados de abrir cada uno en la página 161 y transcribir la quinta frase:

"I love all the other chants and hymns of this Yogic tradition, but the Gurugita feels long, tedious, sonorous and insufferable."
Elizabeth Gilbert, Eat Pray Love, Penguin Books, New York, 2007.

"Otros, en menor número, tienen aventuras durante períodos 'de escape' y luego se reconcilian con su pareja."
Shere Hite, El orgasmo femenino, Zeta, Barcelona, 2008.

"El salón estaba a reventar, gentes de diferentes tipos y estilo, había 'de chile, de dulce y de manteca', sentados, parados, sentados en las sillas, arriba de las mesas, recargados en las ventanas, diferentes en mucho, pero iguales en ALGO: Avidos de escuchar al MAESTRO"
Fulana de Tal, Anecdotario de una vida inútil... pero divertida, México D.F., 1976.

(Híjole, como que ando muy girlie últimamente... ¿Por qué será?)

July 13, 2009

Million dollar baby

Soy todo un caso y a veces me odio por eso.

Suelo tener episodios de estrés, marañas en la cabeza, ansiedad, histeria por la desorganización y un sinnúmero de actitudes que atacan a una buena virgo como yo. Y es terrible. Me convierto en el ser más odioso del mundo.

Y hoy sucedió.

Me desperté a buena hora, pero no quise bajar los pies de la cama porque estaba enojada por razones que aún desconozco. Desperté con ganas de pelea:

Me pelee con el cereal porque se terminó.
Me pelee con el garrafón de agua del refrigerador porque apenas me alcanzó para rellenar mi botella dos veces y yo quería TRES o más.
Me pelee con la conexión a internet porque me sacó del messenger en varias ocasiones.
Me pelee con el clima porque primero hizo mucho calor y después aparecieron las nuebes negras. Esto significa que tuve que cambiar de outfit dos veces.
Me pelee con la mala memoria. Fui al banco y al llegar a la ventanilla recordé que no tenía el número de cuenta donde debía depositar (odié la cara de idiota que puse).
Me pelee con el teléfono. El técnico de Telmex me hizo casi diez llamadas de prueba para comprobar que el funcionamiento fuera el adecuado. Lo sé: él cumplió con su trabajo y debería estar agradecida, pero hoy odié levantarme a contestar esas llamadas y odié la decisión de no haber comprado un teléfono inalámbrico.
Me pelee yo sola con mi desorganización: se pasan los días y yo sigo haciendo planes que no he cumplido. Me peleo con mi gran defecto de sólo preocuparme en vez de ocuparme.
Me pelee con mi ataque de no-sé-qué-me-pasa-pero-por-favor-que-ya-se-me-quite.
Me pelee con mi falta de ternura. Mi amorcito me llamó y me dijo cosas super lindas (entre otras cosas) y yo no me conmoví como suelo hacerlo y sé que no es justo.
Me pelee con mi propia pelea y siempre me sucede así.
Llega un momento en que debo explotar, pelearme con todo, parlotear, decir todo aquello que siento y pienso, enojarme, mentar madres... Posteriormente llega la calma y transformo el ring de pelea en una cama llena de almohadas para descansar. Una virgo como yo necesita pasar por este trance para reencontrarse consigo misma aunque lo odie y aunque no sea la actitud más madura. Así soy, así me acepto y así sé que la tormenta empieza a terminar. Eso me tranquiliza así como trabajar bajo presión por muy incongruente que suene. Mi solución es llenar los días de actividad productiva sin importar tanto la remuneración porque ahora necesito mover energía estancada de esta mente terrible que me causa muchos dolores de cabeza.

Siendo las siete de la noche encuentro mi centro otra vez.
Fueron casi doce horas de pelea.
Estoy agotada.

July 9, 2009

Hermanita:


Bien decía mi mamá que tú y yo debíamos cuidarnos y respetarnos siempre, que si quedábamos solas en algún punto de la vida solamente estaríamos las dos para enfrentar el mundo. Nos repitió lo mismo miles de veces y aunque ahora le hagamos burla, creo que la enseñanza y el amor que tuvimos en casa ha sido la pieza clave para que tú y yo veamos al tiempo como una esperanza para el reencuentro y no como el culpable de nuestro olvido.
Hay días como hoy que pienso en tí y se llenan mis ojos de lágrimas. Es inevitable: te extraño. Y aunque conozco el lugar donde vives y conozco tu mundo, no dejo de preguntarme cómo serían nuestras vidas y nuestra relación si estuviéramos en el mismo lugar. No es un reclamo, bien lo sabes. Es una de esas preguntas que vienen a la mente y que quizás la búsqueda de respuestas es precisamente lo que nos acerca más en espíritu.
Te imagino, te recuerdo, te siento, te intuyo. ¿Qué haría yo sin tí? ¿Con quién reiría hasta el cansancio? ¿Quién criticaría mis mañas, los gestos de familia? ¿A quién acudiría en momentos de tensión o cómo haría para sentirme completa sin tí? Eres mi persona favorita y aunque no te gusten los festejos desde acá te envío fanfarrias, mucha pirotecnia y mis mejores deseos para que tu inicio de año y todos los días que sigan estén llenos de abundancia.

Te quiero con toda mi alma.
Feliz cumpleaños.

Gabs

July 8, 2009

Y fui rebelde


Cuando era niña no me gustaba leer. Fue rebeldía, digo yo. Mi papá insistió en que debía hacerlo por razones que difícilmente puedo ahora recordar, pero sí recuerdo que mi hermana era todo lo contrario. Tiempo antes que ella pudiera leer, le pedía a mis papás que le leyeran las caricaturas del periódico dominical. Yo sólo las veía, no me interesaba saber qué decían esas nubecitas con letras. Y cuando aprendí a leer la cosa no cambió mucho tampoco. Las caricaturas sí las leía, pero jamás tuve el interés de tomar un libro y leer; me parecía aburrido y -además- no tenían dibujitos ni ilustraciones.
Así me la llevé, leyendo apenas lo necesario. Pasaron los años y en preparatoria el maestro de literatura me odiaba, pero a mí me encantaba cuando sacaba algún libro y leía en voz alta... Su voz era grave, profunda, pausada, sexy... Pero ni eso logró que se me fuera la rebeldía: entre más me insistían, menos me acercaba a los libros hasta que llegó aquél invierno en aquél país.
Mi primera adquisición fue Anna Karenina y quedé enamorada. Le siguieron El Perfume y varias novelas más. El mueble que tenía en mi recámara lo fui llenando con libros, libritos y librotes... Cuando mis padres llegaron a visitarme se asombraron: su hijita leía al fin y desde ese crudo invierno no he perdido la costumbre. Han pasado nueve años desde mi encuentro con las letras y sé que no lo dejaré nunca. Cuando voy al manicure y/o pedicure las señoras me echan miradas raras cuando rechazo las revistas de chismes del espectáculo y saco de la bolsa mi libro en turno. Y sí, me siento orgullosa de haber invertido en un buen librero para mi casa en vez de una televisión. Recién invité a unos amigos a casa y con cara de susto me preguntaron "¿y la tele?" Para muchos es increíble y creo que para mí también. Sé que siempre faltarán libros por leer y que quizás no llegue al nivel de los finlandeses de leer 17 libros por año, pero al menos he sustituido la rebeldía con el placer.
Bien hecho.